Hace tiempo que
no reflejo mis pensamientos en el blog y nunca mejor momento para plasmarlos
que las vacaciones, cuando los quehaceres se diversifican y el tiempo de ocio
hace verlo todo desde otra perspectiva, más relajada. Sin embargo vuelvo a la
escuela, a recordarla cuando estoy de vuelta de casi todo y veo que la
evolución es grande, aunque supongo que siempre la habrá visto así quien la
vive tras cuarenta años dedicándose a esto de la docencia.
Guardo material
en los cajones para conmemorar fechas señaladas que guardan en sus fondos
dibujos que no volverán a ser contemplados por cuantos niños los elegían,
pintaban, decoraban y se llevaban a casa. Nunca el tiempo pasado fue mejor,
aunque sí distinto. Hay Olentzeros que representan la navidad de un sector infantil, pero también aparecen
los Reyes Magos por parte de otro, los pastores, angelitos, campanas, luces, la
Virgen, San José, la mula y el buey hasta que empezamos a recibir a Papá Noel,
Santa Claus, duendes, trasgos, árboles de navidad y tanto atractivo que dejó de
serlo para una sociedad que valorando lo material todo el año desvirtuó la
fiesta y su ubicación.
Tengo dibujos
con los que conmemorar el día de la familia hasta que me fueron advirtiendo de que
tal niño vivía con su madre, que otra niña con su padre, aquel otro con los
abuelos, que a este le cuidaba una rumana, a ese una sudamericana, aquellos
tienen dos madres y esos recién llegados una madre con un hermano que es de la
misma madre pero de padres distintos, uno vive en Portugal y del otro se dice
que está en Francia. Y tú te preguntas ¿qué familia celebrar? El día del padre
tampoco es de recibo para quienes no viven con él, al día de la madre le pasa
lo mismo; tal vez por eso, cuando quisimos ampliar el vocabulario de la familia
lo tuvimos que dejar cuando aparecían términos como yerno, nuera, bisnieto,
benjamín y cuanto nos retrotraían a la época de las familias, llamémoslas tradicionales,
en las que crecimos.
Los niños se han
convertido, los hemos convertido, en autómatas autistas pegados a una máquina
con la que no hablan ni se socializan; con las que creemos que son más listos
sin pensar que sólo tienen a su disposición más información, aunque sea tanta
que sólo pasan de soslayo por ella porque, además, no la procesan ni filtran,
simplemente nos dejan en paz. Están callados cuando aporrean el teclado y pasan
la vista por la pantalla del monitor, pero ¿cómo suelen reaccionar en el patio
ante cualquier juego colectivo?
Y sin embargo
sigue habiendo esperanza, siempre debe haberla, porque siempre la hay. Si el
adulto está con ellos jugando, leyendo, contando o acompañando se vuelve a ver
esa cara resplandeciente del niño cuando está feliz, esos saltos nerviosos de alegría,
la tranquilidad de ver al adulto a su lado, sin prisa, dedicándole tiempo,
haciéndole ver, aunque ahora no sea consciente, eso de la estabilidad emocional
y seguridad. Ahora que es tiempo de renovar esperanzas con el nuevo año
alrededor del Olentzero, el portal, los Reyes Magos o el Papá Noel disfrutemos
con ellos, pero démonos prisa porque el niño no estará siempre ahí.
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